
Hace cosa de mes y medio que me despedí de Manolo, mi peluquero de Madrid. Nos llevábamos muy bien, pero cada vez que me veía entrar por la puerta le cambiaba la cara como pensando: "Madre mía, por contarle el pelo a éste me tendrían que revisar el contrato". Qué os voy a contar sobre mi afrolook a vosotros, que me habéis reinscrito en el registro de civil como Pelocho...
Manolo era un maestro: esculpía a tijeretazos una cresta perfecta partiendo de un tupido bloque que otros sólo hubieran sabido esquilar. 10 ecus me cobraba el buen hombre por media hora de jardinería fina y un buen pegote de gomina L´Oreal (nunca Giorgi, que es cemento para descerebrados). Y ahí estaba yo, págandole mi último corte de pelo en España, cuando me dijo: "Bueno señor, pues hasta dentro de nada", a lo que le contesté que me iba a los estates un par de añitos. "Pues espero que te cortes el pelo allí chaval, porque si no cuando regreses a Madrid no vas a poder pasar por debajo de la Puerta de Alcalá", me dijo el simpático.
Y, es verdad, ya es hora de que me corte el pelo, sobre todo pensando en los compañeros de clase que se sientan detrás de mí. Pero no es creáis que es un asunto baladí, qué va. Después de haberme fijado en muchas seseras he llegado a la conclusión de que el 90% de la población masculina sigue uno de los siguientes patrones de corte:
1. Modelo americano: apurado, casi rasurado. Una elección fresca, muy militar. Ver foto 1.
2. Modelo hispano: tupido por arriba, rasurado por abajo. Un corte de pelo a tazón. Ver foto 2.
El 10% restante son hippies.
Vamos, que después de lo visto me cuesta mucho imaginarme diciéndole a un peluquero de aquí: "¿Me hace usted una cresta como Dios manda?". Por eso necesito vuestro consejo. Tomaré nota de los comentarios de este post y la opción más votada se convertirá en mi nuevo look. Prometo publicar el estropicio.
El tiempo corre y el espítitu Jackson Five se está apoderando de mí. Así que ya sabéis: urge encuesta que aquí no hay cresta.